…qué
palabra tan incómoda, tan difícil de calificar. Confieso que en el fondo me
gusta mucho la incertidumbre, yo la llamo “el no saber”. Por lo menos a mí me
genera cierto vértigo, hambre de llegar al momento de “saber” (si es que
existe), me aleja de la rutina. Y las certezas (“el ya saber”) me dan cierta
sensación de fin de batalla, de quedarme sin sueños, sin deseos.
Igualmente mientras vivo en
cierta incertidumbre, anhelo la certidumbre de ciertas cosas y viceversa.
Cuando algo parece cierto, confirmado, totalmente presente y real, me aburre un
poco. Supongo que el equilibrio justo es exactamente ese desequilibrio: andar
entre incertidumbres y certezas. Inquieta, insegura, irresuelta, vacilante,
expectante, convencida y segura de que no tengo la certeza de NADA.
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